domingo, 14 de marzo de 2010

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

Primera lectura: del libro de Josué 5, 9. 10-12

Segunda lectura: de la segunda Carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Del Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Este recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: Padre dame la parte de la herencia que me toca. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entoces a reflexionar y se dijo: ¡cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, recíbeme como a uno de tus trabajadores.

Enseguida se puso en camino a casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y hechándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre les dijo a sus criados: ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba todavía en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a unos de sus criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Tú hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo. El padre repuso: Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado".

Palabra del Señor.

La liturgia de nuestra Madre la Iglesia nos va haciendo recordar las diversas etapas de la Historia de la salvación, la historia de los amores de Dios para con su pueblo. Quiere así despertarnos del sueño de nuestro vivir rutinario, quiere actualizar en nosotros esos acontecimientos que nos pertenecen en cierto modo, que son como el pasado de nuestra misma historia, el pasado que prepara el futuro de nuestro presente de hoy.
Se acerca la Pascua, la que realmente nos libra de la más terrible esclavitud, la del pecado. Ante esa liberación que ya estamos pregustando, ha de nacer en nuestro corazón un canto de gratitud, un deseo de pagar con amor tanto amor como Dios nos da.
Que rápido va pasando la cuaresma, y espero que así de rápido vaya siendo nuestra conversión a Dios. Este domingo por así llamarlo de lujo, la liturgia de la palabra nos pone en tono del alejamiento y del regreso a la casa paterna. ¡Cuantas veces no hemos oído este Evangelio tan hermoso de la parábola del Hijo pródigo! Seguramente muchas veces nos hemos visto enrolados con alguno de estos personajes. Y es que es tanta la lata que los fariseos y escribas le dan a Jesús por comer con pecadores, que les da este remedio para que puedan darse cuenta de la misión que trajo Jesús al mundo: de llamar a los pecadores y buscar su conversión.

No es ajena la realidad que Jesús vivió en su tiempo con la realidad del nuestro, en el nuestro habemos todavía quienes le pedimos todo a Dios y nos alejamos de Él, ese hijo menor que busca los mejores placeres de esta vida porque "disque no hay otra, por eso los aprovecho". La verdad es que estamos tan errados de la fe, que esto nos ha llevado a ensuciarnos de las heces de los puercos, del materialismo y del hedonismo; a la vez hemos luchado por tener de todo, y queda un vacío que no lo llenarás; y cuando miras tus manos experimentas que no hay nada, que la hes de puerco apesta y no lo soportas, además de que ese vacío lo único que lo llenará será el amor de ese padre que todos los días te espera con los brazos abiertos y dispuestos a perdonar.

Y qué decir del hijo mayor: siempre en el campo, cumpliendo y a la vez reprimido porque no ha tenido ni un cabrito para compartir con los amigos. A lo mejor la experiencia del hijo mayor la tenemos en el orgullo: yo esto, yo hago, yo digo, yo, yo,. Un egocentrismo en el que ni Dios puede hacer su trabajo en nosotros, porque no admitimos errores ni que Dios te abrace porque también abraza a los pecadores.

¡Pobre padre no creen! Para dónde hacerme te haz de preguntar. La respuesta es a ningún lado, todos hemos pasado por esto mismo; a veces en tu vida te ha tocado ser el hijo menor que se pierde y se ensucia, y a la vez el hijo mayor que mira y se enorgullece por su vida "buena". Pero, nunca hemos dado el paso de transformarnos en el padre, donde Dios cada día esta en el horizonte mirando cuando regresas, pero cuando lo haces se enternece profundamente, a Él no le importa si hueles mal o como te presentas, corre a abrazarte sin prejuicios y te viste de gala con túnicas, anillos porque la fiesta la hace en tu honor porque: estabas muerto en el pecado y has vuelto a la vida, estabas perdido y Él te ha encontrado.

Henri Nouwen escritor católico tiene un libro "El regreso del hijo pródigo", donde muestra a Dios como padre y madre, y en donde nos da la pauta para esa transformación en ser padres, él escribe: "Jesús describe la misericordia de Dios, no sólo para mostrarme lo que siente por mí, sino para invitarme a ser como Dios en el perdón y para que sea tan misericordioso con los demás como lo es Él conmigo".

Tenemos a un Dios muy paciente la verdad, no sé cuanto nos haga falta reflexionar para levantarnos y decirle a Dios que hemos pecado contra Él y contra el cielo, de lo que sí estoy seguro, es de que seguimos siendo sus hijos y muy amados. Amados con un amor que nos tiene que hacer sentir seguros de nosotros mismos, porque somos hijos y qué ganas tiene Dios de hacer una fiesta porque estas vivo, porque te ama y te perdona.

Me despido con una brave historia: Una mañana un hombre se dirigía al trabajo en un coche recién estrenado cuando fue golpeado levemente en la defensa por otro automóvil. Los dos vehículos se detuvieron y el chico que conducía el otro coche bajó para ver los daños. El hombre estaba asustado, reconocía que la culpa había sido de él. Le daba terror tener que contarle a su padre lo que le había sucedido, sabiendo que sólo hacía dos días que su padre lo había comprado. El otro chico se mostró muy comprensivo tras intercambiar los datos relativos a las licencias y el número de matrícula de ambos vehículos. Cuando el hombre abrió la guantera para sacar los documentos se encontró con un sobre con una nota de puño y letra de su padre, que decía: "hijo, en caso de accidente, recuerda que a quien quiero es a ti, no al coche". Al escuchar este relato pienso: si esto lo hacen los padres y los amigos, cuánto más Dios que es Padre misericordioso. Pienso además, que Dios nos da siempre una nueva oportunidad. No quiero ser sólo el que recibe compasión, quiero ser el que la ofrece. Intentemos ser como el Padre. Ánimo con tus propósitos, Dios te bendiga.

Con afecto y oración Pbro. Carlos Eduardo Barajas Baeza.

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